31 de Diciembre de 2024
Entre un jolgorio de aplausos y carcajadas los niños le tocan las orejas, la panza, no dejan de acariciarla mientras pasan de una actividad a otra. En mitad del corro, ella se deja abrazar, ponerse adornos, acepta despreocupada que los pequeños manipulen su hocico y le cepillen los dientes, que la disfracen con todo tipo de atavíos y le aten pulseritas a las patas. Mientras agita la cola de un lado a otro, Pía se mantiene en todo momento serena, incluso cuando los chillidos de los pequeños se alzan muy fuerte.
En una sala llena de juegos, con las paredes repletas de dibujos y cartulinas de colores, ella guía el taller de autonomía que reciben Mau, Chiara, Eduardo, Emilia y Lucía. Todos ellos tienen entre tres y cinco años y alguna neurodivergencia o rezago en el desarrollo por el que acuden varias veces por semana a Instrumenta. Este centro privado de neurodesarrollo infantil en la Ciudad de México brinda diversos servicios, desde fisioterapia hasta talleres cognitivo-conductuales y de estimulación del habla. Pero, además, cuenta con una clase muy especial que la hace única. En sus instalaciones, frente al Parque México de la colonia Condesa, se llevan a cabo terapias infantiles en las que Pía, una perra criolla que pasó de deambular por las calles a ser maestra, es la protagonista. “Con ella, en el taller de autonomía los vamos proyectando para que puedan llevar una vida como el resto de los niños, para que asistan sin problemas a la escuela o, si son más grandes, encuentren un trabajo”, cuenta Marcela de la Puente, directora del centro.
La terapia con canes, explica, ayuda a mejorar las capacidades de los niños, y su impacto no solo trasciende el nivel físico y cognitivo, sino en los aspectos psicológico, social y emocional. “Por medio del juego y la interacción con el animal, podemos llevar a cabo una estimulación cognitiva, y regular la actividad y el movimiento corporal de los más pequeños”, afirma su responsable.
“Los cambios en Gabriel gracias a la perrita han sido magistrales”, manifiesta Priscila Ross. Con solo ocho meses, a su hijo lo intervinieron de una trigonocefalia frontal debido a que la articulación que separa los huesos del cráneo se le cerró de forma prematura antes de nacer. “Cuando lo operaron le pusieron una placa a lo largo de toda la frente. No podía gatear, ni rozarse, porque su cerebro estaba expuesto”, recuerda su madre todavía con angustia. El gateo es un proceso importante para que los bebés puedan desarrollar el equilibrio y la motricidad. “Para compensar esas habilidades, Gabriel necesitó terapia. En el centro le ayudaron mucho”, relata la madre.
A los dos años, su hijo no hablaba ni hacía contacto visual. Después de haber pasado una operación tan delicada, llegó otro diagnóstico demoledor para la familia: autismo, la causa más común por la que acuden los niños a esta institución. “Pero en vez de afligirnos y derrumbarnos, buscamos alternativas para que Gabriel fuera lo más autónomo posible”, relata la madre. El pequeño empezó a tomar terapia de lenguaje y rehabilitación física. “Como padecía talón de Aquiles corto, el ortopedista comentó que había que operarlo, pero la directora del centro nos dijo que con los ejercicios adecuados no haría falta una intervención”, explica. Gabriel comenzó la rehabilitación con Pía, junto a la que caminaba atada a un arnés y hacía distintos ejercicios. A los seis meses, el pequeño había corregido el problema sin necesidad de una intervención quirúrgica.
A Joaquín, las sesiones con Pía también lo ayudaron mucho. “Mi hijo entró al centro de una manera muy diferente a la que salió”, reconoce Mary Trejo, su madre. Durante la pandemia, la mujer comenzó a observar que el niño, ahora de 6 años, había disminuido algunas habilidades, entre ellas su capacidad para expresarse. “En la guardería tenía un desarrollo neurológico de acuerdo con su edad, pero empezó a tener ausencias. De repente, se quedaba con la mirada en un punto fijo y no hacía caso”, cuenta Trejo. A ella le decían que aquel comportamiento era normal, por el aislamiento que impuso el confinamiento sanitario. Pero aquellas ausencias, sumadas a un tipo de convulsión caracterizada por un cambio breve en la conciencia, se volvieron cada vez más constantes y largas. Un neuropediatra le diagnosticó epilepsia no convulsiva, una condición que se caracteriza por alteraciones en el comportamiento y el estado mental.
Los movimientos causados por este trastorno fueron afectando su desarrollo, Un año y medio después, le recomendaron terapia en este centro. “Desde el primer día que conocimos el lugar, tanto el niño como yo quedamos encantados”, recuerda la madre. “Mi hijo es muy sensible, le causaba mucho conflicto el contacto, cortarse el cabello, que le tocara un médico, los ruidos… Pero ahora lo tolera mucho más. ¡El dentista era una invasión para él, y ya se deja perfectamente!”, revela.
Todas las actividades que se desarrollan con Pía como protagonista se hacen bajo la metodología del Centro de Terapias Asistidas con Canes (CTAC), técnica basada en la premisa —avalada por la evidencia científica— de que las interacciones entre humanos y animales pueden tener un impacto positivo en la calidad de vida de las personas.
“La terapia a veces resulta muy cansada para los niños, por eso cuando conocí el programa de CTAC, pioneros en este tratamiento, supe que quería formarme con ellos”, cuenta la directora del centro, mientras Pía la sigue de un lado a otro por las aulas. Tras sufrir el abandono en las calles, la perra fue adoptada en el icónico Parque México, justo enfrente de donde se encuentra su centro, que hoy atiende a unos 50 menores.
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